District Zero muestra las historias de todos esos refugiados que, despojados de sus pertenencias, ahora viven en un mar de cubículos idénticos entre sí.
Ciudad de México, 28 de octubre (SinEmbargo/TICbeat).- “¿Qué hay en los ‘smartphones’ de los refugiados?”. Esa pregunta es el punto de partida de District Zero, el documental dirigido por los españoles Pablo Iraburu, Jorge Fernández Mayoral y Pablo Tosco con el apoyo de Intermón Oxfam y la Comisión Europea que se estrenó en la pasada edición del Festival de Cine de San Sebastián y que podrá verse del 3 al 6 de noviembre en la Cineteca de Matadero de Madrid.
En realidad, no es el único punto de partida. Fue la imagen del fotoperiodista John Stanmeyer que el pasado año ganó el World Press Photo –ésa en la que un grupo de inmigrantes elevan sus teléfonos al cielo nocturno de Yibuti en busca de cobertura- la que sirvió de inspiración a los realizadores para contar esta historia, que se desarrolla en torno a la tienda de reparación de móviles que Maamun Al-Wadi tiene en el campo de refugiados sirios de Zaatari, en Jordania. Uno de los más grandes del mundo.
Maamun no solo arregla teléfonos. También repara la memoria de sus dueños cada vez que recupera una tarjeta de memoria o un vídeo. Mientras en el Primer Mundo los expertos alertan de que los usuarios móviles están perdiendo la capacidad de recordar la información almacenada en sus smartphones en un fenómeno ya conocido como “amnesia digital”, en los campos de refugiados sirios esos archivos constituyen muchas veces el único, y quién sabe si el último, vínculo con el país que dejaron atrás a la fuerza. Con la que hasta entonces era su identidad. En un intento de reconstruirla, Maamun incorpora a su pequeña tienda un servicio más: imprimir las fotografías que muchos de sus clientes guardan en sus móviles. Pero a veces hay demasiadas ruinas en ellas; algunas son desgarradoras.
A través de las fotografías móviles que se imprimen y las conversaciones que se mantienen en el local de Maamun, District Zero muestra las historias de todos esos refugiados que, despojados de sus pertenencias, ahora viven en un mar de cubículos idénticos entre sí, mientras intentan responder a esas preguntas eternas, en su caso todavía más inciertas: ¿quiénes somos?, ¿qué hacemos aquí?, ¿dónde nacimos?, ¿dónde moriremos? En este caso, el smartphone, como esa casa a cuestas que muchos llevamos encima, y la memoria digital se convierten en dos herramientas para contestarlas.
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